
Federación
San José de Guadalupe
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La misión de la Carmelita Descalza

El Carmelo Teresiano desde la experiencia de su Fundadora, Santa Teresa de Jesús, a quien el Señor le concedió experiencias singulares de prácticamente todas las verdades que proclama el credo cristiano (V 37 – 40).
Fue llegando a estas verdades de forma progresiva, en un proceso de historia de salvación personal y vivencial. La oración fue el medio y el camino por el que Teresa fue profundizando en la verdad de Dios (V 23 y 24); pero, vivido esto como un proceso de crecimiento humano y espiritual armónico: su humanidad se fue empapando de Dios, particularmente del Dios hecho hombre: Jesucristo.
La experiencia de fe en Teresa, no sólo le abrió el camino a las verdades de Dios y su misterio, sino que la puso en movimiento y la llevó a vivenciar al Dios cercano y amigo, que la fue transformando y llevando a niveles de comunión y de amor inimaginables, con Dios y con el prójimo. Una fe que también le comprometió en la reforma del Carmelo y en el nacimiento de la nueva familia carmelitana: la Descalcez; una fe que la llevó a vivir un amor apasionado, y muchas veces dolorido por la Iglesia, pues, al fin y al cabo, ella era “hija de la Iglesia”.


El amor de Dios que vive Teresa, es un amor eficaz, que renueva a la persona, y saca de ella lo mejor de sí: “Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar ¿Pensáis que es posible quien muy de veras ama a Dios, amar vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras, ni tiene contiendas ni envidias. Todo porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado” (C 40,3).
Sí, será el amor de Dios, y más concretamente el amor a Jesucristo –el “buen amador Jesús” (C 7,4), “el capitán del amor” (C 6,9)- la realidad que va a centrar el corazón de Teresa. En la medida en que Teresa profundiza en una relación cada vez más personal con Cristo, su amor se va volviendo “amistoso” –Cristo es el “Amigo Verdadero”-; este amor se va afianzando y acrecentando, hasta llegar a ser un amor apasionado que la envuelve y la arrastra.
Es a través del diálogo continuo con el Señor, el ser orante, lo que Santa Teresa nos enseña, para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.
La vocación de las Carmelitas Descalzas es esencialmente eclesial y apostólica. El apostolado al que santa Teresa quiso que se dedicaran sus hijas, es puramente contemplativo, y consiste en la oración y la inmolación con la Iglesia y por la Iglesia, excluyendo toda forma de apostolado activo.
El Señor puso providencialmente la presencia de San Juan de la Cruz en la obra reformadora de la orden de los Carmelitas descalzos. Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz han reafirmado y renovado la piedad mariana del Carmelo. Ellos, en efecto, han propuesto a María como Madre y Patrona de la Orden130, modelo de oración y abnegación en la peregrinación de la fe, humilde y sabia en la acogida y contemplación de la palabra del Señor, totalmente dócil a las mociones del Espíritu Santo, mujer fuerte y fiel en el seguimiento de Cristo, asociada al dolor y al gozo de su misterio pascual. (Const. 54)

